Cuando tenía 12 años, secuestraron a mi hermana, Polly Klaas, de nuestra habitación y la asesinaron. Posteriormente, vi a legisladores utilizar a familias en duelo –incluida la nuestra– para vender al público políticas legislativas ya redactadas.
El nombre Polly se ha convertido en sinónimo de miedo. Y la legislatura aprobó la ley de tres strikes de California.
Esto es lo que los legisladores no hicieron: preguntar qué nos ayudaría a sanar, qué nos haría sentir más seguros o qué tipo de sistema queríamos realmente.
Buscaban dolor que pudieran convertir en arma. Y funcionó. Los políticos simplemente asumieron que sabían lo que querían las víctimas y utilizaron nuestro dolor para promover una agenda que tenía poco que ver con la seguridad o la curación real.
He pasado años observando cómo se cooptan las voces de los sobrevivientes, cómo nuestro dolor se convierte en una herramienta para políticas que no nos sirven. La historia de Polly se ha convertido en una abreviatura de “mano dura contra el crimen” y se ha utilizado para justificar el encarcelamiento masivo, a pesar de que las investigaciones muestran que las víctimas prefieren abrumadoramente la rehabilitación y la inversión comunitaria a sentencias de prisión más largas.
La brecha entre lo que nos dicen sobre las víctimas y lo que realmente necesitamos parece imposible de salvar. Por eso me conmueve tanto lo que está pasando en California en este momento.
Por primera vez, investigadores de la Universidad de San Francisco están encuestando a víctimas de delitos, sobrevivientes y sus familiares que participaron en audiencias de libertad condicional para alguien que los lastimó a ellos o a un ser querido.
La encuesta plantea preguntas simples pero radicales: ¿Cómo fue realmente tu experiencia? ¿Qué necesitabas que no conseguiste? ¿Qué hubiera ayudado?
Puede que esto no suene revolucionario, pero lo es. Durante generaciones, los legisladores han pretendido hablar en nombre de las víctimas al aprobar leyes sin siquiera preguntarnos qué pensábamos realmente.
Esta investigación revierte este escenario. Fue codiseñado con víctimas y sobrevivientes durante varios meses, asegurando que las preguntas reflejen nuestras preocupaciones reales, no lo que los formuladores de políticas suponen que nos importa.
Pregunta qué apoyo recibimos (o no recibimos), cómo fuimos tratados por el sistema, qué recursos habrían marcado la diferencia y qué reformas creemos que ayudarían a otros a recorrer este difícil camino.
Es extremadamente importante que las víctimas y los sobrevivientes lideren este proceso, no como voces simbólicas que se presentan después de que se toman decisiones, sino como co-creadores.
La investigación está abierta hasta el 30 de noviembre. Los resultados se compartirán con formuladores de políticas, defensores y líderes comunitarios para garantizar que las voces de las víctimas y los sobrevivientes guíen las reformas futuras.
Sé lo raro que es. Cuando Polly murió en 1993, los consejeros de duelo y los defensores de las víctimas habrían ayudado enormemente a nuestra familia, pero estos servicios apenas existían.
En cambio, nos trataron con vigilancia de los medios y teatro político. Su historia se ha utilizado para justificar leyes que encarcelan principalmente a personas de color por delitos menores, todo lo contrario de la justicia y seguridad que prometen estas leyes.
Si alguien nos hubiera preguntado qué necesitábamos en ese momento, habríamos dicho: tiempo para llorar, apoyo para la salud mental y un sistema que nos reconociera como víctimas que necesitaban atención, no como apoyo para una agenda política.
Nuestra experiencia cuenta –no como tema de discusión– sino como una verdad que puede dar forma a lo que sucederá a continuación.
En mi propio viaje de curación, he aprendido que el cambio real se produce a través de la conexión, la comprensión y la responsabilidad real, no a través del castigo, la vergüenza o el control.
Lo mismo ocurre con la política. Cuando creamos leyes basadas en lo que las víctimas y los sobrevivientes experimentan y necesitan, en lugar de en el miedo o los cálculos políticos, construimos sistemas que promueven la curación y la seguridad en lugar de sistemas que perpetúan el daño.
Durante mucho tiempo cargué con la carga de saber que la historia de mi hermana se utilizó para construir sistemas que no funcionaban, que dañaban a las comunidades, que no nos hacían más seguros y que no reflejaban las necesidades reales de las víctimas.
Esta investigación representa algo diferente: una oportunidad de elaborar políticas basadas en la verdad y no en el miedo, en la curación en lugar del castigo, en las voces de quienes han experimentado la violencia en lugar de las de quienes la explotan.
Esto suena a esperanza. Y ahora mismo, a todos nos vendría bien un poco más.
Jess Nichol es una de las hermanas de la fallecida Polly Klaas y defensora de la seguridad y la justicia de los californianos.



