El sésamo: una semilla pequeña con grandes beneficios

“¡Ábrete, sésamo!” es una expresión que forma parte del imaginario colectivo. Aunque muchos la reconocen por su sonoridad mágica, no todos recuerdan que esta frase es la llave para abrir la cueva donde Alí Babá y sus cuarenta ladrones escondían su tesoro, según el famoso relato de Las mil y una noches. La elección de la palabra “sésamo” no parece casual: algunos lingüistas apuntan que puede tener relación con la facilidad con la que esta semilla se abre al más mínimo roce. El traductor mexicano Jesús Salvador García Cuéllar incluso ha bromeado con lo diferente que habría sido si el hechizo fuera “¡Ábrete, ajonjolí!”, una opción igualmente válida pero con menos carga épica.
El sésamo, también conocido como ajonjolí, proviene de la planta Sesamum indicum, que crecía de manera silvestre en África y en el subcontinente indio. Con la llegada de los españoles a América, esta semilla cruzó el Atlántico y se integró en nuevos paisajes gastronómicos. Hoy en día, una tercera parte del sésamo que se consume en Estados Unidos es adquirido por una de las cadenas de hamburguesas más conocidas del mundo para adornar discretamente los panes de sus productos.
Muchos europeos entramos en contacto por primera vez con el sésamo a través de esas pequeñas semillas casi invisibles que decoraban panecillos. En aquel momento parecían un mero adorno, pero con el tiempo hemos descubierto que su papel en la cocina va mucho más allá de lo estético. Actualmente, el sésamo forma parte de nuestra alimentación de manera más habitual de lo que pensamos. Uno de los mejores ejemplos es el tahini, una pasta elaborada a partir de sésamo triturado, que da al hummus su textura untuosa y su sabor característico.
Existen principalmente dos variedades de sésamo: blanco y negro. El sésamo blanco es el más común. Si sus semillas tienen un tono claro, casi beige, están crudas y presentan un sabor que recuerda a las almendras verdes. Si en cambio tienen un color dorado, significa que han sido tostadas, lo que intensifica su aroma y sabor. El sésamo negro, aunque menos habitual en las cocinas europeas, se utiliza con frecuencia para elaborar aceite, ideal para realzar el sabor de ensaladas o platos fríos. La combinación de ambos tipos también resulta visualmente atractiva, dando un toque especial a cualquier preparación.
En Japón, donde la creación de salsas y condimentos es casi un arte, el sésamo tiene su propia interpretación: el gomashio. Esta mezcla sencilla pero ingeniosa combina semillas de sésamo tostadas con sal, y se muele hasta lograr una textura que realza caldos, arroces y guisos, aportando un sabor profundo y equilibrado.
Es cierto que las diminutas semillas de sésamo pueden convertirse en una molestia para quienes llevan aparatos dentales o dentaduras postizas mal ajustadas, ya que tienden a esconderse en los rincones más insospechados de la boca. Sin embargo, para el resto, el sésamo supone una auténtica delicia. Su capacidad para potenciar tanto platos dulces como salados, su textura crujiente y su aroma que recuerda al de las almendras lo convierten en un ingrediente versátil y apreciado.
Además de su sabor, el sésamo destaca por su alto valor nutricional. Contiene una gran cantidad de proteínas y vitaminas, especialmente de los grupos A, B, D, E y K. Por ello, no es de extrañar que cada vez más personas lo incorporen a su dieta, ya sea en panes, ensaladas, salsas o postres.
En definitiva, el sésamo es mucho más que una semilla diminuta. Es un ingrediente cargado de historia, sabor y beneficios para la salud. Ya sea como protagonista en una receta o como detalle decorativo en un plato, su presencia siempre suma.