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Para detener a la extrema derecha, los partidos progresistas europeos deben resolver la crisis inmobiliaria. Nuestra investigación muestra cómo | Tarik Abou-Chadi, Silja Häusermann y Björn Bremer

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hEn Europa, los costos de la vivienda se han convertido en una carga cada vez mayor para muchos hogares, tanto los que intentan comprar como los que intentan alquilar. Durante la última década, los precios de las propiedades se han disparado más rápido que los ingresos en muchos países europeos. Lo mismo ocurre con los alquileres, que han aumentado exponencialmente en las grandes ciudades, pero también han aumentado sustancialmente en las zonas suburbanas y en las pequeñas ciudades universitarias.

Dado el impacto de los costos de la vivienda en la calidad de vida de los europeos, este tema está relativamente ausente de la agenda de los partidos políticos progresistas. Cuando los políticos hacen hincapié en la vivienda, normalmente se centran únicamente en la construcción de más viviendas. El ex canciller alemán Olaf Scholz, por ejemplo, prometió construir 400.000 nuevas viviendas cada año en Alemania: un objetivo su gobierno fracasó llegar a cierta distancia. Al mismo tiempo, partidos de extrema derecha como el Partido de la Libertad (PVV) en los Países Bajos o Chega en Portugal han hecho de la crisis de la accesibilidad a la vivienda un tema de campaña. Su ecuación es simple: la vivienda sólo debería estar disponible y ser asequible para los nacionales.

¿Cuáles son los obstáculos que impiden que otros partidos politicen la vivienda? ¿Y cómo sería una agenda europea progresista en materia de vivienda? Como parte de la Red de Investigación sobre Política Progresista, una iniciativa para promover los resultados de la investigación en ciencias sociales a un público más amplio, publicamos ocho notas de investigación para este propósito.

Las sociedades europeas difieren fundamentalmente en la forma en que se organiza la vivienda. La propiedad de vivienda sigue siendo la forma dominante de vivienda en la mayoría de los países europeos, pero las tasas de propiedad de vivienda varían ampliamente. En algunos países –entre ellos Alemania, Austria y Suiza– más de la mitad de la población vive en viviendas de alquiler. Y a medida que la propiedad de una vivienda se vuelve cada vez más inasequible, el alquiler se ha convertido en la modalidad modal para los jóvenes, especialmente en las principales ciudades europeas.

Para comparar las políticas de vivienda entre países, es útil pensar en dos paradigmas de políticas: la vivienda como activo v la vivienda como derecho social. En el enfoque de la vivienda como activo, la vivienda se considera una inversión destinada a generar rendimientos financieros, un sistema que depende del aumento de los precios. En las últimas décadas, este paradigma se ha vuelto dominante. Incluso los partidos de izquierda han reducido significativamente la vivienda social, desregulado los mercados de alquiler y creado nuevas inversiones y estructuras de mercado que afectan los precios de las propiedades.

Estas reformas han erosionado el derecho social a la vivienda. Las desigualdades sobre quién puede vivir, dónde y bajo qué condiciones han provocado agravios masivos entre gran parte de la población. Estos agravios contribuyen a aumentar el éxito electoral de la derecha radical.

Si los partidos progresistas quieren reclamar este tema, deben aceptar que la vivienda es fundamentalmente una cuestión de distribución y redistribución. No deberían ver la vivienda como una cuestión en la que las partes simplemente compiten por quién es más competente o quién puede ofrecer más viviendas. La política de vivienda implica decisiones profundas sobre quién se beneficia y quién soporta los costos, sobre el equilibrio entre los mercados y la responsabilidad colectiva, y sobre si la vivienda es principalmente un activo social o un derecho social. Desde un punto de vista progresista, el objetivo debe ser claro: la vivienda debe ser asequibleseguro y no especulativo.

Para lograr esto, los partidos progresistas primero deben reinvertir en vivienda social como parte de una estrategia más amplia para aumentar la oferta. Sin embargo, simplemente recrear la vivienda social de la década de 1970 no funcionará. La vivienda social no puede revitalizarse hoy si se dirige únicamente a los más pobres: las reglas estrictas de elegibilidad pueden socavar el apoyo político entre clases y conducir al estigma y la exclusión. Por ejemplo, en Viena, alrededor del 40% de los hogares viven en viviendas sociales o con fines de lucro: este amplio acceso, combinado con fuertes protecciones de alquiler, ayuda a construir las amplias coaliciones políticas necesarias para apoyar las inversiones sostenibles.

En segundo lugar, una política de vivienda progresista debe abordar tanto la oferta Y distribución. La fijación del “construir, construir, construir” falta un hecho crucial: la subocupación del parque de viviendas existente ahora rivaliza con la superpoblación en muchos países europeos. En Alemania, los factores demográficos –particularmente la edad– están más correlacionados con la desigualdad en materia de vivienda que con los ingresos. Los hogares más jóvenes y los inmigrantes se enfrentan a un grave hacinamiento, mientras que los hogares de mayor edad están cada vez más subocupados. La política debería fomentar la redistribución de los espacios existentes junto con las nuevas construcciones.

En tercer lugar, aumentar la densidad de viviendas es inevitable, pero debe hacerse correctamente. Investigaciones a gran escala Estudios realizados en ciudades de Europa y Estados Unidos muestran que la aceptación pública de la densificación depende fundamentalmente de su diseño e implementación. Cuando los proyectos incluyen gobernanza participativa, protegen los servicios y espacios verdes de los vecindarios y garantizan la asequibilidad, la resistencia disminuye significativamente. La densificación sin inclusión social y sostenibilidad ambiental será un fracaso político.

Este programa requiere una inversión pública sustancial. La relación riqueza-ingreso depende en gran medida de los auges inmobiliarios, que proporcionan recursos financieros. Mientras el impuesto a la herencia sigue siendo impopularLos impuestos sobre el patrimonio neto y los impuestos reformados sobre las ganancias de capital gozan de apoyo público, especialmente cuando los ingresos están vinculados de manera creíble a inversiones populares como la vivienda asequible. Austria demuestra cómo los fondos dedicados a la vivienda, impulsados ​​por impuestos modestos y ganancias reinvertidas por proveedores con ganancias limitadas, pueden respaldar la provisión a gran escala.

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Los partidos progresistas también deben aprovechar estratégicamente la inversión privada. La planificación del uso de la tierra, las regulaciones de construcción y los préstamos públicos pueden estar vinculados a condiciones: obligaciones de reinvertir ganancias, proporcionar viviendas con alquileres basados ​​en costos, respetar restricciones limitadas de ganancias o cumplir criterios sociales y ecológicos. La política de vivienda no consiste simplemente en enfrentar al mercado con el Estado, sino en dirigir a ambos hacia objetivos sociales.

La extrema derecha europea se ha hecho cargo de la vivienda precisamente porque los progresistas la han abandonado. Su respuesta –culpar a los inmigrantes por la escasez– es moral y económicamente errónea. Sin embargo, seguirá ganando terreno si el centro izquierda sólo ofrece soluciones de mercado y soluciones tecnocráticas del lado de la oferta.

La vivienda tiene que ver fundamentalmente con la distribución y los derechos sociales, no sólo con los objetivos de construcción. Esto determina quién puede vivir dónde, acceder a qué oportunidades y construir qué tipo de vida. Una agenda progresista en materia de vivienda debe ser lo suficientemente audaz como para desafiar la norma de que la vivienda se ha convertido en un activo para la acumulación de riqueza, y lo suficientemente ambiciosa como para construir las amplias coaliciones de apoyo necesarias para una inversión pública sostenida. Nuestra investigación muestra que tales políticas pueden funcionar y obtener apoyo público. La pregunta es si los partidos progresistas tienen la voluntad de luchar por ellos y ofrecer una alternativa real a la política de escasez y culpa de la extrema derecha.

Tarik Abou-Chadi es profesor de Política Europea en la Universidad de Oxford; Björn Bremer es profesor asistente en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Centroeuropea de Viena; Silja Häusermann es profesora del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Zurich

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Faustino Falcón
Faustino Falcón es un reconocido columnista y analista español con más de 12 años de experiencia escribiendo sobre política, sociedad y cultura. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid, Faustino ha desarrollado su carrera en medios nacionales y digitales, ofreciendo opiniones fundamentadas, análisis profundo y perspectivas críticas sobre los temas m A lo largo de su trayectoria, Faustino se ha especializado en temas de actualidad política, reformas sociales y tendencias culturales, combinando un enfoque académico con la experiencia práctica en periodismo. Sus columnas se caracterizan por su claridad, rigor y compromiso con la veracidad de los hechos, lo que le ha permitido ganarse la confianza de miles de lectores. Además de su labor como escritor, Faustino participa regularmente en programas de debate televisivos y podcasts especializados, compartiendo su visión experta sobre cuestiones complejas de la sociedad moderna. También imparte conferencias y talleres de opinión y análisis crítico, fomentando el pensamiento reflexivo entre jóvenes periodistas y estudiantes. Teléfono: +34 612 345 678 Correo: faustinofalcon@sisepuede.es

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